Cita

Bambini

Texto literario

Fragmento en italiano de la obra Lezioni e Racconti per i bambini de Ida Baccini presentado al concurso Celebrations (2014) de ProZ.com, seguido de su traducción al castellano.

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ITALIANO

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Non so in qual modo, ma i miei scolarini erano venuti a sapere che quel giorno era il mio compleanno. Me li vidi arrivare alla scuola col vestito delle feste e con un regalino tra le mani.

Chi mi portava una penna elegante, chi un libriccino da messa, chi un astuccio da lavoro, chi un bel mazzo di fiori freschi. Io fui consolata e attristata da quella vista: consolata perchè qualunque segno di gratitudine o d’affetto che mi venisse da quei buoni figliuoli mi toccava il cuore e mi faceva parer leggiero ogni sacrifizio: attristata, poichè pensavo che i denari occorsi in quelle compre, potevano venir destinati a più nobile uso. A ogni modo, accolsi serenamente quelle care dimostrazioni d’amore.

Un bambino solo, il più povero, non mi offrì nulla: ma dal suo contegno imbarazzato e dal suo visetto malinconico argomentai quanto dovesse soffrire. Lo chiamai e quando l’ebbi vicino me lo strinsi ripetutamente fra le braccia, baciandolo. Incoraggiato da quelle carezze, il poverino mi pose tra le mani un involtino e fuggì vergognoso.

Sorpresa e incuriosita, lo aprii senza che nessuno potesse accorgersene. Vi erano…. indovinate!.. Tre pallottoline di zucchero!

Lo richiamai subito da me.

–Lo sapevi che mi piacesse lo zucchero? gli chiesi sorridendo.

–Me lo sono figurato! Mi piace tanto a me!

–E tu, ripresi commossa, l’hai certo chiesto alla mamma e….

–No signora! replicò prontamente, non ho chiesto nulla a nessuno; glie l’ho serbato proprio io, di mio….

–Ma pure….

–La nonna, quando mi dà il caffè e latte, mi mette sempre nella chicchera due o tre pallottoline di zucchero per indolcirlo. Io ho levato lo zucchero….

–E il caffè e latte?… chiesi con la gola serrata.

–L’ho preso amaro!

Mario, piccolo Mario, dove sei tu? Forse il fumo delle officine avrà annerito il tuo viso d’angelo, forse a quest’ora lavorerai i campi dove biondeggia la messe e si matura, al sole, la vite, forse ti accoglieranno le navi avventurose dove il lavoro è sì duro, la speranza sì fallace….

Ma chiunque tu sii, operaio, agricoltore o uomo di mare, il tuo posto è fra i nobili cuori, per quali l’amore è sacrifizio, l’abnegazione, dovere.

Mario, piccolo Mario, se tu per un momento potessi entrare nella mia stanzetta da studio, vedresti molte carte, molti libri, molti ninnoli; e vedresti anche, custoditi in una piccola campana di vetro, tre pezzetti di zucchero, un nome, una data!

 

ESPAÑOL

No sé cómo, pero mis párvulos se enteraron de que ese día era mi cumpleaños. Los vi llegar a la escuela vestidos con el traje de los domingos y con un regalito entre sus manos.

Hubo quien me trajo una pluma elegante. Hubo quien me llevó un librito de oraciones para misa. Hubo quien me regaló un costurero y hubo quien me ofreció un hermoso ramo de flores frescas. Al ver aquello, sentí consuelo y tristeza: consuelo, porque cualquier gesto de gratitud y afecto de aquellos retoños me llenaba de felicidad y hacía que los sacrificios parecieran más livianos; tristeza, porque pensé que el dinero que habían empleado en aquellas compras lo podían haber destinado a un fin más loable. De todos modos, acepté complacida aquellas sentidas muestras de cariño.

Solo hubo un niño, el más pobre de todos ellos, que no se me acercó. Deduje, por su proceder turbado y su carita melancólica, lo mucho que debía de estar sufriendo. Lo llamé y cuando lo tuve a mi vera, lo besé y estreché una y otra vez entre mis brazos. Animado por aquellas caricias, depositó un pequeño envoltorio entre mis manos y huyó avergonzado.

Sorprendida y llena de curiosidad, lo abrí sin que nadie se diera cuenta. Y encontré… ¡adivinad qué!… ¡tres bolitas de azúcar!

Le hice volver enseguida.

— ¿Sabías que me gustaba el azúcar? —le pregunté, sonriendo—.

— ¡Me lo he imaginado! ¡A mí me gusta muchísimo!

— Y tú, —retomé conmovida— se lo has pedido a tu mamá, claro, y…

— ¡No, señorita! —respondió de inmediato— yo no le he pedido nada a nadie; esto lo he ido apartando yo de mi…

— Pero entonces…

Cuando la abuela me da el café con leche, siempre me pone en la jícara dos o tres bolitas de azúcar para endulzarlo. Yo he ido guardando el azúcar…

— ¿Y el café con leche… ? —le pregunté mientras se me hacía un nudo en la garganta—.

— ¡Me lo he tomado amargo!

Mario, pequeño Mario, ¿dónde estarás ahora? Quizá el humo de los talleres haya tiznado tu cara de ángel, quizá a estas alturas trabajes en los campos en los que se dora la mies y la vid madura bajo el sol o, tal vez, te hayas enrolado en una nave con intrépidos navegantes en la que el trabajo es tan duro y tan falaz la esperanza…

Pero, quienquiera que seas, obrero, agricultor, hombre de mar…, tu sitio estará siempre entre los corazones más nobles, para los que el amor es sacrificio y la abnegación, un deber.

Mario, pequeño Mario, si por un momento pudieras entrar en mi estudio, verías muchos papeles, muchos libros y muchas bagatelas; y verías también, en una pequeña campana de cristal, ¡tres pedacitos de azúcar, un nombre y una fecha!

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