Texto periodístico
Artículo en inglés sobre los orígenes de la popular fiesta española, seguido de la traducción al castellano realizada para el concurso Celebrations (2014) de ProZ.com.
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INGLÉS
Who cast that first fateful tomato that started the La Tomatina revolution? The reality is no one knows. Maybe it was an anti-Franco rebellion, or a carnival that got out of hand. According to the most popular version of the story, during the 1945 festival of Los Gigantes (a giant paper mâché puppet parade), locals were looking to stage a brawl to get some attention. They happened upon a vegetable cart nearby and started hurling ripe tomatoes. Innocent onlookers got involved until the scene escalated into a massive melee of flying fruit. The instigators had to repay the tomato vendors, but that didn’t stop the recurrence of more tomato fights—and the birth of a new tradition.
Fearful of an unruly escalation, authorities enacted, relaxed, and then reinstated a series of bans in the 1950s. In 1951, locals who defied the law were imprisoned until public outcry called for their release. The most famous effrontery to the tomato bans happened in 1957 when proponents held a mock tomato funeral complete with a coffin and procession. After 1957, the local government decided to roll with the punches, set a few rules in place, and embraced the wacky tradition.
Though the tomatoes take center stage, a week of festivities lead up to the final showdown. It’s a celebration of Buñol’s patron saints, the Virgin Mary and St. Louis Bertrand, with street parades, music, and fireworks in joyous Spanish fashion. To build up your strength for the impending brawl, an epic paella is served on the eve of the battle, showcasing an iconic Valencian dish of rice, seafood, saffron, and olive oil.
Today, this unfettered festival has some measure of order. Organizers have gone so far as to cultivate a special variety of unpalatable tomatoes just for the annual event. Festivities kick off around 10 a.m. when participants race to grab a ham fixed atop a greasy pole. Onlookers hose the scramblers with water while singing and dancing in the streets. When the church bell strikes noon, trucks packed with tomatoes roll into town, while chants of “To-ma-te, to-ma-te!” reach a crescendo.
Then, with the firing of a water cannon, the main event begins. That’s the green light for crushing and launching tomatoes in all-out attacks against fellow participants. Long distance tomato lobbers, point-blank assassins, and medium range hook shots. Whatever your technique, by the time it’s over, you will look (and feel) quite different. Nearly an hour later, tomato-soaked bombers are left to play in a sea of squishy street salsa with little left resembling a tomato to be found. A second cannon shot signals the end of the battle.
ESPAÑOL
¿Quién lanzaría ese primer y fatídico tomate que inició la revolución de La Tomatina? Pues la verdad es que nadie lo sabe. Quizá fue una rebelión antifranquista o un carnaval que acabó desmadrándose. La versión más popular de la historia cuenta que los del pueblo tenían ganas de montar jarana para llamar un poco la atención durante las fiestas de Los Gigantes de 1945 (un desfile de colosales marionetas de papel maché), que se toparon con un puesto de verduras cercano y que empezaron a lanzarse tomates maduros los unos a los otros. Los transeúntes se vieron involucrados, sin comerlo ni beberlo, y aquello fue adquiriendo las dimensiones de una auténtica batalla campal, con frutos que volaban por todas partes. Los instigadores tuvieron que resarcir a los vendedores, pero aquello no fue un freno para que estos combates se repitieran y naciera una nueva tradición.
Las autoridades actuaron al principio con benevolencia, por temor a una revuelta, para después establecer una serie de prohibiciones en los años cincuenta. Ya en 1951, los vecinos que no acataron la ley fueron encarcelados hasta que el clamor popular exigió su libertad. La más famosa de las afrentas a esas prohibiciones tuvo lugar en 1957, cuando sus partidarios celebraron la parodia del entierro del tomate, con ataúd y procesión incluidos. Después de 1957, el gobierno local decidió capear el temporal, estableció algunas normas para su regulación y aceptó esta extravagante tradición.
Aunque los protagonistas son los tomates, la batalla final está precedida por una semana de festejos. Es la celebración de los santos patronos de Buñol: la Virgen María y san Luis Bertrán, con desfiles por las calles, música y fuegos artificiales con la típica algarabía española. Para ir calentando motores ante el inminente enfrentamiento, la víspera de la contienda se sirve una monumental paella, escaparate del emblemático plato valenciano de arroz, marisco, azafrán y aceite de oliva.
Hoy en día, este espectáculo libre de restricciones sigue un cierto tipo de pautas. Los organizadores han llegado a cultivar una variedad especial de tomates, no comestibles, exclusivamente para este acontecimiento anual. Los festejos dan comienzo en torno a las diez de la mañana, cuando los participantes echan a correr para atrapar un jamón atado en lo alto del palo jabón. Mientras cantan y bailan por las calles, los asistentes sueltan manguerazos de agua a los intrépidos trepadores. Cuando dan las doce del mediodía en el campanario de la iglesia, unos camiones repletos de tomates entran en el pueblo, al tiempo que los cánticos «¡To-ma-te, to-ma-te!» van in crescendo.
A continuación, y con el disparo de un cañón de agua, inicia el acto principal. Esa es la luz verde para lanzarse a la carga, espachurrando y tirando tomates contra el resto de contendientes. Lanzadores de tomates a larga distancia, asesinos a quemarropa y tiros de gancho de medio alcance. Sea cual sea su técnica, cuando todo acaba, los presentes parecen (y se sienten) distintos. Al cabo de casi una hora, se deja a los terroristas empapados en tomate jugar en los ríos de salsa cenagosa, sin que quede ya nada que se asemeje a un tomate. Un segundo cañonazo señala el final del combate.